Tenía 17 años cuando decidí saltar por la ventana persiguiendo al dichoso mirlo que desde hacía años aparecía en la ventana de mi aula de matemáticas haciendo piruetas, no negaré que al principio mi vuelo fué torpe a causa del afán de atraparle y desplumarle, pero poco a poco, lo que empezó con una persecución y una fuga, terminó siendo un recorrido diferente de vida y de aprendizaje.
Facundo (así se llama el puñetero mirlo) me introdujo en el mundo de los animales voladores como yo, y con ellos he viajado a Italia, dónde volando por encima del Ponte Vecchio de Florencia, intentando pescar algún triste pez en el rio Arno, (reconozco que nunca me acostumbré a comer gusanos, es mas, a poder elegir, prefiero la comida vegetariana), pude conocer el arte de la joyería en plata y también de la serigrafía y el linograbado.
Pero un frío invierno de hace 25 años decidí cruzar el Adriático junto a una bandada de patos salvajes un poco despistados, aterrizando accidentalmente en Atenas, dónde pude conocer el arte de las piedras semi-preciosas mientras saboreaba maravillosas spanakopitas.
Las ganas de seguir explorando me llevaron a volar junto a unas cigüeñas que cansadas de que les endiñaran a bebés, huían hacia India dónde las costumbres y las tradiciones no las obligaban a tan absurda tarea. Pasé mucho tiempo entre India y Nepal cruzando montañas y visitando a una gran variedad de animales voladores, alados y no, pero sobretodo, estando en la región del Rajastán, aprendí sobre telas, piedras y costumbres, reconozco que nunca he podido volver a saborear tan delicioso té chay con especias.
Como animal migratorio que soy, un buen día decidí unirme a un curioso grupo de golondrinas cantarinas que me llevaron hácia Egipto, en el Cairo estube visitando los zocos y las tintorerías, dónde empezé a interesarme sobre el infinito mundo de la botánica, también pude visitar las destilerías de aceites esenciales, dedicándome a la compra y a la venta de ellas, arte que actualmente domina a la perfección mi amiga y socia Paula, (una maravillosa ave muy rara en riesgo de extinción). Y una buena mañana de primavera, mientras saboreaba un maravilloso te verde con menta, vi a unas tortolas senegalesas que se dirigian a Marruecos, a ellas me uní pudiendo conocer en el desierto de Marzouga el arte de la Alfarería, en el que últimamnte me he podido iniciar, no sin echar de menos esos pastelitos de almendras y miél que tan característicos son de esas fantásticas tierras.
Pero como decía mi querída abuela, “gira el món y torna al Born”. Y aquí estoy ahora, con 52 lunas y de vuelta a mi tierra, a mi querida montaña de Montserrat, poniendo en práctica todos los saberes adquiridos durante estos años alrededor del mundo, alternando el linograbado con la impresión botánica y la joyería con la alfarería.